A qué he venido? les pregunto.
Quién soy en esta ciudad muerta?
No encuentro la calle ni el techo
de la loca que me quería.
Los cuervos, no hay duda, en las rama;
el monzòn verde y furibundo,
el escupitajo escarlata
en las calles desmoronadas,
el aire espeso, pero dònde,
pero dònde estuve, quién fui?
No entiendo sino las cenizas.
El vendedor de betel mira
sin reconocer mis zapatos,
mi rostro recién resurrecto.
Tal vez su abuelo me diría:
«Salam» pero sucede
que se cayò mientras volaba,
se cayò al pozo de la muerte.
En tal edificio dormí
catorce meses y sus años,
escribí desdichas,
mordí
la inocencia de la amargura,
y ahora paso y no está la puerta;
la lluvia ha trabajado mucho.
Ahora me doy cuenta que he sido
no sòlo un hombre sino varios
y que cuantas veces he muerto,
sin saber còmo he revivido,
como si cambiara de traje
me puse a vivir otra vida
y aquí me tienen sin que sepa
por qué no reconozco a nadie,
por qué nadie me reconoce,
si todos fallecieron aquí
y yo soy entre tanto olvido
un pájaro sobreviviente
o al revés la ciudad me mira
y sabe que yo soy un muerto.
Ando por bazares de seda
y por mercados miserables,
me cuesta creer que las calles
son las mismas, los ojos negros
duros como puntos de clavo
golpean contra mis miradas,
y la pálida Pagoda de Oro
con su inmòvil idolatría
ya no tiene ojos, ya no tiene
manos, ya no tiene fuego.
Adiòs, calles sucias del tiempo,
adiòs, adiòs, amor perdido,
regreso al vino de mi casa,
regreso al amor de mi amada,
a lo que fui y a lo que soy,
agua y sol, tierras con manzanas, meses
con labios y con nombres, regreso para
no volver,
o nunca más quiero equivocarme,
es peligroso caminar
hacia atrás porque de repente
es una cárcel el pasado.
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